El crecimiento intrauterino insuficiente representa, junto con la prematuridad, las malformaciones congénitas y la asfixia perinatal, una de las principales causas de morbilidad y mortalidad neonatal. Se distingue el feto pequeño para las semanas de embarazo definido por una estimación aislada del peso prenatal o un peso al nacer menor que el percentil 10, y el feto con retraso del crecimiento intrauterino definido por una anomalía de la dinámica del crecimiento por una interrupción o una inflexión en la curva de crecimiento. El crecimiento fetal es un proceso complejo y multifactorial que involucra factores genéticos, endocrinos y ambientales, ya sean de origen fetal, materno o placentario. En el período prenatal, además del estudio etiológico, la vigilancia que combina el registro del ritmo cardíaco fetal y la ecografía Doppler puede identificar a los fetos con retraso del crecimiento y riesgo de complicaciones. El objetivo de la vigilancia es ayudar al equipo médico a elegir el mejor momento para el parto. La mortalidad neonatal y la mala adaptación a la vida extrauterina son más frecuentes en recién nacidos con retraso de crecimiento. En caso de prematuridad asociada, el aumento del riesgo de complicaciones neurológicas y enterocolitis ulceronecrosante es controvertido, mientras que el riesgo de displasia broncopulmonar es mayor y las complicaciones metabólicas y hematológicas son más frecuentes. Los recién nacidos con retraso del crecimiento, cualquiera que sea el término, tienen un riesgo más elevado de déficit cognitivo y dificultades escolares, con un crecimiento del perímetro cefálico que se correlaciona con el futuro desarrollo neurológico. La alteración de la programación fetal secundaria a la restricción de crecimiento contribuye al riesgo de enfermedades cardiovasculares y metabólicas en la edad adulta.